Jaque mate

Lo más triste de las despedidas es que da igual cuánto queramos retrasarlas, es el final no escrito de la vida. Y más vale aceptarlo, más vale hacerse a la idea desde el principio de la novela. Lo más triste de las despedidas es cuando decides llevar tú la iniciativa, cuando te das cuenta de que la nostalgia sólo pesa mientras la cargues sobre tu espalda.
Porque lo efímero es vivir de ilusiones, la ilusión de que esa cosa se va a volver a producir. Que no hay nada que te deje con ganas para siempre, y que solo te quede el recuerdo.

Fin. Mayo de 2012.

Capítulo 1

/ 23 de agosto de 2011 /

Éramos la envidia, éramos la moda. Una serie de juegos, rutinas y circunstancias estereotipados en el momento y lugar adecuados. Éramos sexo, anfetaminas y whiskey en un mismo trago. El baile exótico de una brasileña en los Carnavales de Río de Janeiro concentrados en 45 m2. Excesos, excentricidad, éxtasis, exageración, extremo, éxito, excitación, exclusividad, exhibicionismo, experimentación. Exorbitante. Exultante. Exponencial. Qué cojones, éramos un eterno ex llevado al límite del agotamiento y el insaciable apetito de un jaguar tras una presa complicada. Si de algo carecíamos, era de modestia y sentido de la orientación. Íbamos a la caza del capricho sin importar el cómo ni el quién. El juego era el riesgo, todos arriesgaban como si no existiera mañana. Una pésima interpretación del "Carpe Diem" por parte de un grupo de gilipollas que no sabían muy bien a qué se enfrentaban, pero que aunque lo hubieran sabido, les habría dado absolutamente igual. Mezcla de gustos, prepotencia, búsqueda de nuevas experiencias y un extraño sucedáneo de amistad que brillaba por su fugacidad. No cabía duda, era mi puto estilo de vida, puto, pero mío. Y eso es lo que importaba.
Era Julio, era 22. Era una tarde de lluvia y humedad, de ésas con las que te sorprendes por la mañana con una cortina de agua. Una habitación al fondo a la derecha con poca luz y mucho humo. Pequeña, recóndita, llena de cachivaches, algunos más útiles que otros. Discos por todas partes, extendidos por el suelo, por las estanterías, por el sofá cama. Una nube de melocotón y tabaco impregnaba las paredes con su aroma dulzón.
-Mira - decía con furia, mientras entrecerraba sus ojos, de un verde brillante con pequeñas motas doradas, y acercaba un cigarro a sus labios, aspirando con fuerza-, le cortaba una oreja mientras suena Stuck in the middle with you, me visto de druga y le pego con un bastón. Lo tiro desde un piso 14, como Andrea Feldman, le doy un martillazo como Jim Gordon a su madre y le echo veneno en el whisky como a Robert Johnson. Y... ¡Oh, oh!- exclamaba con emoción intentando dejar caer la colilla en una lata de cerveza vacía-, y luego, luego le soltaba "Eh, ¿lees la Biblia? He memorizado un pasaje para tí..."
Andrea estalló en una sonora carcajada.
- Saquemos el lanzallamas y fumiguemos zorras, joder - comentaba mientras sorbía su Shandy.
- ¡Sí! - rió Cecé - A ésas las metería en un Rolls Royce y lo aparcaría en la piscina.

Cecé. La pulguita. Castaña oscura, con una naricilla diminuta salpicada de pequitas y la piel blanquísima. Un comprimido de metro sesenta y dos de psicodelia, sarcasmo en estado puro y voz de Pitufina. Esa clase de personas que se irían de juerga con Keith Moon y Janis Joplin y no aparecería hasta la mañana de los dos días siguientes con un sombrero de vaquero, un único zapato y un cubata todavía sin acabar. Ella era las puertas de la percepción, el diamante loco, el silencio incómodo que nunca debería ser rellenado con palabras estúpidas. Robert Johnson vendiendo su alma al diablo. Nameless, wordless, unexplained. Única.

- "Polipos asquerosos, escoria del mar, gelatinas con complejo de pez, si tuvierais ojos os los arrancaba..." - Sonrió con timidez y arrugó la naricilla, como bien sabía hacer. - Eso en lo más profundo del mar, y yo mientras en medio de un ataque de pánico, agarrada al palo de ése maldito trasto que a la mínima te hace caer al agua, en fin.

Más risas, más humo. Andrea  se acurrucaba en su esquina favorita de la habitación, junto al póster de Jim, con los piernas inexplicablemente extendidas sobre la pared y la cabeza en la almohada de la cama. Giró con suavidad, revolcándose sobre la colcha, se apartó un mechón de la cara y sacó el móvil de su bolsillo. Ningún mensaje nuevo. Se mordió el labio inferior. Ninguna señal de vida. Cecé se percató del gesto.
- ¿Sigue sin...?
- Nada - respondió con sequedad, sin apartar la vista del teléfono -. Nada de nada, pulgui - suspiraba.
Cecé cruzó la habitación a rastras y se sentó a su lado.
- Déjalo. Es un completo idiota. Sonríe, venga. - y comenzó a hacerle muecas.
Hacía años que se conocían, o mejor dicho, hacía años que creían conocerse. Hasta hace apenas uno, no comenzaron a crecer juntas. El misterio de las casualidades, como me gusta decir a mí: Darte cuenta de que un mero detalle, sólo uno, hace que el tiempo se detenga, frene lentamente para avistar una panorámica de lo que hasta entonces creíste vida. Una muda de mentalidad, una especie de nueva realidad a la que te enfrentas, o te estás enfrentando. En fin, lo que los muggles llaman cambio. 
Eran ellas dos y el mundo. Eran ellas dos, y no hacía falta nada más.

1 coliflores:

Anónimo on: 23 de agosto de 2011, 3:50 dijo...

definitivamente te sigo. gran gusto musical, buenas fotos, mucha creatividad.
gracias por pasar por cruzasteellimite :)

 
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