Jaque mate

Lo más triste de las despedidas es que da igual cuánto queramos retrasarlas, es el final no escrito de la vida. Y más vale aceptarlo, más vale hacerse a la idea desde el principio de la novela. Lo más triste de las despedidas es cuando decides llevar tú la iniciativa, cuando te das cuenta de que la nostalgia sólo pesa mientras la cargues sobre tu espalda.
Porque lo efímero es vivir de ilusiones, la ilusión de que esa cosa se va a volver a producir. Que no hay nada que te deje con ganas para siempre, y que solo te quede el recuerdo.

Fin. Mayo de 2012.

Calibri 3

/ 26 de enero de 2012 /

Hacía frío. Mucho frío.
Había vuelto a olvidarme de encender el despertador ayer, y no había sonado. Por lo tanto, y como de costumbre, llegaba tarde al instituto.
- Adiós mamá, me voy, llego tarde, recuerda que no vendré hasta la noche.
- ¡Acuérdate de llevarle el paquete a Cami!
- ¡Ya lo sé, nos vemos!
- Vale, te quiero cielo.
- Y yo.
Cerré la puerta con estruendo y fui a la parte de detrás a sacar el coche, una Ford Courier verde hoja y ya destartalada de cuando mi padre era joven. Metí las llaves e intenté arrancar. Nada. Volví a meter las llaves por segunda vez. Nada, no había manera. Se había fastidiado el motor. Siempre en los mejores momentos, joder. Siempre cuando más lo necesitas. Volví a enrollarme la bufanda al cuello y eché a correr, esperando que no fuera aún demasiado tarde y no hubieran cerrado ya la puerta.
La calle estaba envuelta en un encanto tétrico y lúgubre, como el de las mañanas de Febrero en Seattle. La humedad se notaba en el ambiente, se colaba entre los pliegues de la ropa y por cualquier mínimo espacio o microfibra. Tenía las manos congeladas, la nariz congelada, los pies congelados. Helada. En el telediario de anoche habían comunicado la llegada de las primeras ventiscas y tormentas a partir del lunes siguiente, y que nos mantuviéramos en estado de alerta por posible corte de las vías de comunicación con el pueblo. 
Aquel fin de semana justamente habíamos ido a visitar a la abuela a Port Angeles, y ya de paso a coger unas pocas provisiones por si era al final cierto aquello de que empeoraría el temporal en los últimos días. El ultramarinos de Carlsborg se había vaciado en cuestión de un par de jornadas, y tan sólo quedaban unas pocas latas de conserva, cecina y brandy que resultaban más bien poco útiles, y apetecibles, por añadidura personal. No es que tenga nada en contra del brandy... pero no sería de mis prioridades si estuviéramos cubiertos de nieve hasta las rodillas. 
En aquellos días en los que el viento me cortaba los labios, me solía acordar de los cálidos veranos en La Push, con James cogiendo olas y las comidas al rededor de la fogata los mediodías que más refrescaba, justo después de salir del agua. Solíamos tirarnos horas metidos en aquel caos de olas y neopreno, hasta que se hacía tarde y había que volver a la cabaña. James tenía una allí, justo al lado de la playa, perfecta para cuando decidíamos escaparnos algún fin de semana entero sin pasar por casa. Recuerdo todavía cuando, a principios de Julio de este mismo verano, nos pillamos la furgoneta con las tablas y desaparecimos de nuestras casas surante una semana entera. Fue fantástico. De hecho, era lo más fantástico que me había sucedido en estos últimos meses. El olor a arena y sal pegado en las sábanas, y todas aquellas risas y bromas y ratos y momentos y todo en general, que lograban arrancarle la mejor de las sonrisas.
James. 
Odiaba echar de menos todo aquello.

1 coliflores:

{ Ginebra } on: 27 de enero de 2012, 14:47 dijo...

Me encanta tu blog, en serio! Una gran entrada, me encanta como escribes :)
Te sigo ;)
Un guiño desde:
http://lo-que-perdi-en-el-desvan.blogspot.com/

 
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