Consumes los malditos días entre la indiferencia y la confusión, y sólo me dejas opción para ceder inmediatamente al tedio y al asco. Pero siempre vuelves, siempre. Y no hay forma de hacerte desaparecer, o eliminarte. Eres incapaz de cansarte o reconocer que puedes perder, y que algún día acabarás perdiendo. ¿En qué quedamos? Qué mal se te da a tí reconocer errores, y aún peor que se me da en este caso a mi empujarte escaleras abajo. Si es que me agotas, mucho, demasiado, y sigo sin la más remota idea de porqué te lo permito.
Pero sigo aquí, y te sonrío y te abrazo y etcétera, siempre etcétera. Ese es el problema, el etcétera, los puntos suspensivos. Y creerte, y ponerme de tu parte, y en general, casi todo. Y de acuerdo que es porque yo lo quiero así y que si me diera la gana formarías parte de la lista de desaparecidos (demasiadas listas) y se acabaría de una vez por todas, pero cuando creo que sobrepaso el límite, las puertas se cierran de golpe a mis espaldas. Y no quiero que se cierren, las quiero entreabiertas. Me da miedo la oscuridad, es así de simple.
En ocasiones prefieres un Heroin, y otras, sin embargo, lo que necesitas escuchar es Sweet Jane. Pero, quién me manda hablar.
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