Despertador. Desperezarse. Deslizarse sobre las sábanas unos minutos más, sí, es relativamente temprano, aún quiero dormir. Desacorde en general, desacordarse. Desquiciarse por enésima vez y desentendidamente deshacer la cama y levantarse de un salto. Despierto.
Desayuno, descuido, desánimo, desnudar. ¿Descansado? Desde cuándo, llevo sin pegar ojo noches enteras, las destrozas se acumulan desanimosas en los rincones. Desilusión, desinfección. Aquella herida aún sangrante de costras reabiertas. Dos. Minutos. Dos. Encubiertos. Dos, tres, cuatro, cinco, siete, veintiúno. He perdido la cuenta, volvamos a empezar. Tazón de cereales, galletas, mochila, salir a la calle, respirar.
He descubierto el camino hacia la libertad del modo más apetecible y menos racional: desconocimiento. Puro, inmaduro, descorazonador. Desviviendo entre mares de ignorancia en busca de la felicidad. Es un desafío para quien aún intenta darle sentido a algo que, para mi, lo perdió hace ya tiempo. La vida.
Y esto es lo que pasa al intentar coordinar conversaciones variopintas y escribir.
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