Jaque mate

Lo más triste de las despedidas es que da igual cuánto queramos retrasarlas, es el final no escrito de la vida. Y más vale aceptarlo, más vale hacerse a la idea desde el principio de la novela. Lo más triste de las despedidas es cuando decides llevar tú la iniciativa, cuando te das cuenta de que la nostalgia sólo pesa mientras la cargues sobre tu espalda.
Porque lo efímero es vivir de ilusiones, la ilusión de que esa cosa se va a volver a producir. Que no hay nada que te deje con ganas para siempre, y que solo te quede el recuerdo.

Fin. Mayo de 2012.

Filosofación 1

/ 11 de octubre de 2011 /

Antes de dar un paso adelante, fíjate en lo que has dejado atrás, en lo que dejarás pasar y en lo que estás estancada. En tus errores y en tus virtudes, porque estamos hechos de esa masa, esa mezcla, esa explosiva combinación anatómica de la equivocación y el acierto. "Mañana será otro día" y "Aún estoy a tiempo" como frases fetiche, en lugar del supervalorado Carpe Diem que prima entre tus amistades. Si el viento tuviera la respuesta, serías capaz de robarla pero nunca de ponerla en práctica. El miedo te oprime, el miedo a demasiadas cosas. Miedo incluso al propio miedo. Ponerlo como excusa para intentar justificar una situación a la que no quieres, realmente, poner remedio. Las personas se necesitan unas a otras... tachón. Yo no necesito a nadie. Me gusta esconderme, o mejor dicho, loneliness is my lover
Hay quien prueba. Y hay quien prefiere no tener que arrepentirse nunca de nada, porque no probó el deseo. Y ya sabes, quien no desea, no padece.

Abstracción del medio a través de los pólipos del subconsciente, veintinueve millas submarinas viajando a la velocidad del tiempo, al final de una carretera que parece eterna, pero en realidad, no lo es. La salida de la autopista de peaje está a quinientos metros, junto a la estación de metro más olvidada que te hayas imaginado. La entereza de cientos de palabras se entremezclan con el aroma almizclado de un no se qué absurdo proveniente del asiento trasero derecho de esta hojalata, comúnmente, y por no marear, llamada coche. La mirada perdida, sin punto fijo. Tres de la tarde de un mediodía cualquiera bajo el sol abrasador de una desconocida ruta que de momento, y hasta el final, obviaré.
Las gafas de sol partidas por la mitad, de nuevo arregladas con un pedazo de tinta repasada con permanente negro. Viento fresco sobre la pintura y siete emisoras de radio para sintonizar que no convencen demasiado. Las opciones de ambiente se reducen entonces a dos discos de dudable calidad. No por el contenido, sino por las condiciones en las que se encuentran ambos soportes. Cierro los ojos. Huelen, si es que acaso pueden oler a algo estos pedazos de plástico, a cartón carcomido, viejos recuerdos y tabaco de liar. Una sonrisa. La imaginación de un gilipollas siempre supera ampliamente las expectativas. Básicamente, porque nunca existieron.
Once meses conduciendo, perdido entre las marismas, la arena, las olas, la hojarasca, el asfalto, la ceniza y el césped recién cortado del Central Park en pleno mes de Diciembre, en ocasiones a pie, otras tantas en tren, y no pocas en autoestop. Robarle a un par de idiotas despistados sus turismos y salir corriendo, sin girarte, sin volver a pensar en ellos, huyendo lo más lejos posible. 
Y ahora, lo estás viendo, acabas de parar a repostar. Está comprando un par de cosillas para el viaje. Entusiasmo, promesas, sonrisas, quién lo diría, eso que pulula en el ambiente es felicidad. Puedo verla, puedo sentirla. Pero se equivoca, todos se equivocan. No creo en esas falsas ilusiones de un futuro que seguro que nunca llegará, dejé de engañarme al cabo del tiempo. Bajas la cabeza y te apartas un par de mechones oscuros de la cara. Has vuelto a hacerlo, pequeña, has vuelto a aventurarte a abrir la caja de Pandora, pero no acabas de atreverte a destaparla de un tirón. ¿Temor? Los corazones salvajes nunca sufren... Porque los corazones salvajes, no sienten.
Un derrape y el dulce aroma de gasóleo y neumático quemado. ¿Qué? ¡Mi coche! ¡Joder, mi coche! ¿Adónde va? ¿Qué hace? Oh, ¡mierda! ¡Joder! ¡Babs, vuelve!
Ha vuelto a escapar. 
- No quiero hacerme daño - confiesa en un apretar de dientes, pisando el acelerador con fuerza, huyendo, escondiéndose, de vuelta a donde nunca quiere volver, pero donde siempre es bienvenida.

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