Estoy cansada. Cansadísima. Tengo odio. Sólo odio. Odio, odio, odio. Te odio, me odio, os odio, a todos. Quiero estar sola, solísima. Tengo ganas de quedarme muy solita, muy solita, encerrada en un cuartito oscuro, húmedo, fresco, y no salir de ahí. No, no. No salir. No salir es la solución. Voy a quedarme solita, solita, porque no quiero que nadie esté conmigo. Me gusta el dolor a solas. Me gusta no compartirlo. Mío, mío, mío. Sólo mío. Para mí. Aunque en el fondo quiero que lo sepa. Quiero que lo sepa y se sienta mal, muy mal, fatal, como yo, o casi como yo. Sí, sí. Eso es lo que quiero. Quiero que esté mal. Haría todo lo posible para que lo estuviera. Quizás. Quizás me estoy haciendo un lío en mi cabeza. Quizás. Seguramente. Es muy probable. Con toda seguridad. Fijo.
Y mañana, tal cual. Y llamarás a esto "un momento de bajón". ¿Será sólo eso? ¿Lo atribuirás a un suceso ocasional? ¿Para qué? ¿Para luego volverte a creer las mismas historias de siempre?
De verdad... de verdad crees que es la forma de solucionarlo, ¿no? Eres cobarde. Lo eres. Definitivamente, lo eres. Afronta la realidad. Intenta hacerlo cuanto antes. Antes de que te quedes con la duda, o sea demasiado tarde.
Try, try, try, try.
Jaque mate
Lo más triste de las despedidas es que da igual cuánto queramos retrasarlas, es el final no escrito de la vida. Y más vale aceptarlo, más vale hacerse a la idea desde el principio de la novela. Lo más triste de las despedidas es cuando decides llevar tú la iniciativa, cuando te das cuenta de que la nostalgia sólo pesa mientras la cargues sobre tu espalda.
Porque lo efímero es vivir de ilusiones, la ilusión de que esa cosa se va a volver a producir. Que no hay nada que te deje con ganas para siempre, y que solo te quede el recuerdo.
Fin. Mayo de 2012.
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