Si pudieras, ¿echarías a correr? ¿Probarías a ir detrás, por la vía, llamar a la puerta, insistir un par de veces, golpear, rogar...? ¿Arriesgarías a perder el siguiente? O quizás no lo pierdes, o mejor, no te importa. Sin embargo, ves cómo el humo de ése, del que todavía tienes el ticket en el bolsillo, se va alejando, y cada vez más lejos. Y piensas, ¿por qué no?
Por qué no. Por si no se abre la puerta, lógico. ¿Para qué correr, entonces? Es absurdo. Pero, ¿no es más absurdo meter la mano en el bolsillo y saber que todavía tienes las moneditas que te dio esa chica de la ventanilla? ¿No es más absurda esa guía de sitios por los que te iba a llevar el tren? ¿No es más absurda la reserva del hotel, con quién ibas a ir, ese carrete y ésa cámara, guardados en la bolsa?
Y las sigues guardando. Aunque digas y jures y perjures que vas a coger el siguiente, exacto. Siguiente.
Sí.
Pero no sueltas el billete.
Hacía siglos que no la escuchaba. La adoro, muchísimo.
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