Liminal es una palabra fascinante. El tiempo puede ser liminal: el crepúsculo es la transición del día a la noche; la medianoche es la frontera entre un día y el siguiente; equnoccios, solsticios y Noche Vieja son todos umbrales.
Liminal puede ser, además, un estado de conocimiento. Por ejemplo, ese momento entre la vigilia y el sueño; un estado durante el cual una persona podría creerse completamente alerta, pero en realidad estar soñando de forma activa. Los lugares pueden ser liminales: los aeropuertos con gente yendo y viniendo continuamente, pero que nunca se quedan. También las personas pueden ser liminales: los adolescentes están atrapados temporalmente entra la niñez y la edad adulta. Los personajes de ficción son, a menudo, seres liminales.
Lo liminal no esta aquí ni tampoco allí, sino que existe entre un momento y el siguiente, ubicado en ese lapsus entre la transición de un estado a otro. Es un tiempo mágico, difícil y cuajado de posibilidades...
Lo liminal es una mierda. Uno no puede tomar algo así en sus manos y darle forma. No se puede hacer que la medianoche se produzca antes o evitar los lapsus intermedios.
Únicamente puedes vivirlos y superarlos.
Un segundo es igual a 9.192.631.770 períodos de radiación correspondiente a la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio (133Cs), medidos a 0 K.
23 días.
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